Las historias de amor son complicadas, pero cuando son frustradas por situaciones más ajenas de su control, se vuelven más complejas. “La Gran Libertad” entiende perfectamente eso y hace un retrato íntimo de una realidad.

En la Alemania de posguerra, la liberación por parte de los Aliados no significaba libertad para todos. Hans Hoffmann (Franz Rogowski) es encarcelado una y otra vez bajo el párrafo 175, una ley que penaliza la homosexualidad. A lo largo de décadas, desarrolla un vínculo improbable pero tierno con su compañero de celda Viktor (Georg Friedrich), un asesino convicto.
Basada en hechos reales, el director Sebastian Meise regresa de otra intermitencia y evidencía que sus pausas no afectan en nada a su conocimiento y calidad cinematográfica. Sumerge su historia en un ambiente horrible y monótono de una prisión, pero lo llena de pequeños gestos tiernos que son duramente castigados para Hans Hoffman. Una historia de contrastes y negaciones que muestra varias posturas y nos guía hacía una libertad inminente, pero que pone en duda la verdadera libertad interna. Un ejercicio ejecutado de la mejor manera y que demuestra problemas que se siguen viviendo en la actualidad.
La licencia poética de Sebastian Meise, y encanto que tiene este filme, es su juego narrativo detonado en el confinamiento solitario, dónde este lugar funge como una máquina del tiempo narrativa para relatar con un mayor peso dramático las situaciones de estos presos a través del tiempo.
Este drama de la posguerra depende de sus entornos y actores, quienes hacen un trabajo espectacular como Anton Von Lucke, Thomas Prenn y Georg Friedrich, sin embargo el reflector completo recae en Franz Rogowski quien consigue un tono perfecto en su protagonismo lleno de momentos felices y frustrados.
“La Gran Libertad” es un gran ejemplo de una historia memorable en su sencillez, además de llevar el estandarte del cine LGBT. Una historia verídica que merece ser escuchada.

Twitter: @MarksCaudillo
Facebook: @Marks Caudillo