¡Que viva México! (y su clasismo…)

El pasado martes 14 de marzo, en la Plaza Oasis Coyoacán (CDMX) tuvo a bien (o no) presentarse la más reciente entrega de Luis Estrada: ¡Que viva México! La lluvia, que se desató de manera imprevista, no desanimó a nadie; desde las 3 de la tarde, un considerable número de reporteros se amontonaban alrededor de la alfombra roja, decididos de obtener la nota, y arrancarle unas cuantas palabras a Poncho (Herrera), Ana (de la Reguera), Damián (Alcázar), Joaquín (Cosío), y, por supuesto, al aclamado Luis Estrada. Y, ¿cómo no?, si en los últimos años, Luis se ha consagrado como un símbolo de la crítica a la clase política mexicana desde la trinchera del séptimo arte. A Luis puede reconocérsele (honor a quien honor merece) el haber sido uno de los escasos cineastas mexicanos con la valentía de rodar ingeniosas sátiras que retratan, de pies a cabeza, los peores vicios del ejercicio del poder en México. Con títulos como La Ley de Herodes, El infierno y La Dictadura Perfecta, Luis Estrada ha logrado cuestionar e incomodar tanto al Priismo como al Panismo. Y es así, con esos antecedentes, que el director se planteó una nueva cruzada: criticar al poder en turno. Esta nueva aventura se antoja, por lo menos, compleja, ya que, sin caer en el proselitismo político, y adhiriéndome a los análisis políticos más objetivos, es innegable que este gobierno es, en muchas cosas, distinto a los anteriores, nos guste o no, para bien o para mal. Luego, surge una pregunta natural: ¿está Luis Estrada a la altura de las necesidades de esta nueva realidad política? En la modesta opinión de este cinéfilo, la respuesta es: no.

«El fallo se encuentra, justamente, en no lograr lo que ha caracterizado a Luis durante toda su carrera: la adecuada construcción de una ficción que refleje nuestra realidad política»   

En términos estrictamente cinematográficos, ¡Que viva México! es un filme que cumple, holgadamente, con los estándares mínimos de calidad. Es decir, el trabajo de cinematografía, arte, sonido, montaje, etc., es, si no destacable, al menos bastante bien cuidado. La película está salpimentada con referencias visuales muy afortunadas a otros filmes de culto, por ejemplo, París, Texas o El Lugar Sin Límites, lo cual la hace muy agradable al ojo en momentos clave. La plantilla de actores, y la dirección de estos es, sin duda, una de las mayores virtudes de esta película; entre los más destacables están, por supuesto, los papeles protagonizados por Damián y Joaquín. Pero, entonces, dados todos los ingredientes necesarios para hornear una película memorable, ¿qué es lo que falla en esta producción? En mi opinión, el fallo se encuentra, justamente, en no lograr lo que ha caracterizado a Luis durante toda su carrera: la adecuada construcción de una ficción que refleje nuestra realidad política.       

Foto: Pablo Bastida. Oculus Todo El Cine

Quienes conocen el trabajo de Luis Estrada saben que su estilo es muy peculiar: a través de la construcción de microhistorias y personajes arquetípicos, establece narrativas que pretenden imitar, en pequeño, la realidad política del país. El problema es que, en esta producción, la ficción que se construye poco tiene que ver con la vida política y, más bien, parece una comedia banalizada sobre las clases populares del México menos urbanizado. Baste decir que la primera referencia (entre las muy contadas) que se hace al presidente Andrés Manuel López Obrador sucede hasta muy entrada la película, aproximadamente después de hora y media de metraje. Antes de esta aparición, el eje que domina el ritmo de la película es la de ridiculización de la pobreza; “los pobres son sucios”, “los pobres son promiscuos”, “los pobres son perezosos”, “los pobres no son solidarios”, “los pobres quieren dádivas”, “los pobres van a llevarte a la ruina”, y un largo etcétera, son subtextos que se pueden leer repetidamente, todo con un objetivo propagandístico bastante claro: convencer al espectador de que ese “pueblo bueno”, del que tanto habla Andrés Manuel, de hecho no es tan bueno, y por tanto, debemos desconfiar de la democracia y de los programas sociales. Y sí, debe reconocerse que, también, se hacen algunas burlas a los estereotipos que corresponden a las clases medias, pero se sienten inocentes, tibias y muy condescendientes.

En esta película se confronta la meritocracia con la pobreza, lo cual, por sí mismo, sería un terreno muy fértil para desarrollar una sátira. El problema es que Luis se adhiere a una visión de la realidad social completamente alterada. Defiende el mérito, antagoniza la pobreza, y banaliza la polarización tan preocupante que se vive en el México actual. ¡Que viva México! se conforma con retratar a las clases populares como resentidas y vengativas con los (¡pobrecitos!) fifís, y esto se consolida y se resume muy bien en una frase, dicha por el patriarca, que bien podría representar toda la película: “tu fracaso es nuestra felicidad”. No voy a negar, a pesar de todo, que algunas cosas de las que se mofa este filme son, en términos muy superficiales, “ciertas” (lo sé de primera fuente, al pertenecer a las clases populares); sin embargo, lo que Luis no termina de entender es el imperativo ético de utilizar la sátira de forma responsable, para incomodar al poder y cuestionar el privilegio, y no para invisibilizar la precariedad, y volver el blanco de las burlas a un sector que, históricamente, ya ha sido muy agraviado. Dicho esto, estoy convencido de que esta película, tal como fue planteada, era completamente innecesaria.   

Foto: Pablo Bastida. Oculus Todo El Cine

Creo muy relevante aclararle al lector que, con todo esto, no pretendo hacer una defensa del Obradorismo. La cuarta transformación, como es llamada, tiene tantos errores como aciertos, y criticarla libremente no solo es un indicador de salud política, sino una actividad ineludible. El problema es que Luis Estrada no toca, ni por encima, los temas más relevantes y polémicos de la actual administración. Prefiere encasillarse en una lucha ficticia entre nacos y fifís que, además de ser profundamente clasista, y enervar la polarización, ni siquiera es de un humor ingenioso. A ratos, hasta nos recuerda filmes tan poco afortunados como Mirreyes vs Godínez, y llega a caer en la tentación de recurrir a chistes escatológicos, que son los más trillados y fáciles de todos. Ya ni decir que es un película innecesariamente larga.

Pero todo esto no debería de extrañarnos, es un resultado natural cuando se retrata sin pudor ni autocensura una realidad que no se conoce. Al igual que Michel Franco, o incluso Octavio Paz, Luis Estrada nos quiere hablar de un grupo social al cual no pertenece, y cuyas problemáticas observa desde el pedestal del privilegio. Yo creo que esta entrega nos indica que el estilo de Luis Estrada envejeció muy mal, no está a la altura de la modernidad, y nos deja una gran lección: el cine tiene que empezar a democratizarse; es decir, tiene que dejar de ser acaparado por los mismos sectores de siempre, y darle lugar a visiones diversas, auténticas, y sobre todo, con conciencia de clase.  

¡Que Viva México! se estrena este 23 de marzo exclusivamente en cines.

PABLO BASTIDA

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Nop, ¿obra maestra de Jordan Peele?

Mientras nos ahogamos un poco dentro del mar interminable de remakes de la industria cinematográfica de Hollywood y la nula creatividad en películas del género del horror con tintes de ciencia ficción como los teníamos antes con The thing (1982) y Alien (1979). Jordan Peele logra dar un levantón tremendo desde su filme Nosotros.

La productora A24 se ha dedicado a impulsar a nuevos autores cinematográficos que poseen una mirada nueva en diversos géneros cinematográficos. Han sabido romper con esas formas cinemáticas con las que estábamos dialogando desde hace ya varios años y que claramente estaba por demás desgastado. Aunque no es nueva esta nueva forma de mostrar historias, digamos que es bastante refrescante.

Ya lo he explicado varías veces qué hay directores cinematográficos: esos que funcionan conforme a lo que necesita un estudio y la taquilla. Y también hay autores: esos que contienen una visión específica respecto a un tema y hacen lo imposible por hacerla respetar… obvio con una firma estilística imborrable que desde el primer plano notas que es él o ella.

Jordan Peele, no soy fan de la totalidad de su trabajo, debo decir que es un autor de cine que se hace respetar, aún con las debilidades que su discurso social le proporciona. Aunque sí Huye es para mí hasta el momento su mejor película, con Nop logra levantar nuevamente una película efectiva gracias a que sabe dar un giro a su propia firma autoral para lograr un blockbuster al mejor estilo Shyamalan.

Con Nop, Peele se acerca cada vez más a consolidar ya no un discurso político-social, sino a ser un narrador cinematográfico que puede ofrecer algo distinto en cada proyecto que nos presente. Es lo que hacía Hitchcock desde su cine mudo: un diálogo visual con el espectador por medio de imágenes donde se necesitaba cada vez menos el diálogo hablado. Alfred decía que si la película tenía que ser explicada era totalmente un despropósito. De este modo Jordan Peele cada vez se convierte en uno de los directores norteamericanos más consistentes de los últimos años.

Nop de Jordan Peele es probablemente su segunda mejor película porque vuelve a lograr ese balance entre forma y fondo que nos había dado en Get out. Con la gran diferencia que Nop está libre de cualquier discurso social y solo es una exploración acerca de la fascinación que los seres humanos tenemos por el espectáculo y cómo este nos hace llegar a un extremo con tal de apreciarlo. Aquí Peele nos adentra en una experiencia extremadamente aterradora que nos pone de frente a uno de los fenómenos más enigmáticos que la raza humana ha estado enfrentando desde que sabemos que no estamos solos en el universo.

No es mi afán comparar a M. Night Shyamalan con Jordan Peele, sin embargo, ambos son muy parecidos en cuanto a la atmósfera provocada en sus filmes, los dos con muchos altibajos pero, logran mantener al espectador expectante de lo que va a suceder.

Al final Nop logra ser una película de autor que está destinada a ser un blockbuster con un gran estilo y terror galáctico incluido.

¡YA EN CARTELERA!

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Prey, cuando la precuela es mejor que toda una saga

Es un tiempo extraño para el cine al encontrarse en un momento interesante en el que su contenido, me refiero al que la más reciente película de Scream nos hablaba: precuelas, recuelas y remakes, etcétera… hace referencia. Donde ahora con las películas y su universo se puede hacer lo que sea; ya sea expandir una idea, explicarla o contextualizarla. Pasó con Halloween (2018) de David Gordon Green: donde llevó a una ópera prima independiente de terror súper exitosa y emblemática como lo fue Halloween (1978) de John Carpenter a ser una nueva saga digna de los fans, pero también de los nuevos espectadores que por referencia verán lo hecho por Carpenter en su momento.

De este “tiempo raro” en el que escribo que se encuentra el cine, hemos sacado cosas muy malas que no enumeraré ahora, pero también algunas producciones sorprendentes que nos han callado la boca. Una de estas es “Prey” de Dan Trachtenberg que nos sorprendió con una espléndida “10 Cloverfield lane” como ópera prima y ahora con una segunda película logra no solo revivir una saga de ciencia ficción y acción, pues… con un solo “one hit wonder” con Arnold Schwarzenegger que, a venido desde entonces a peor pero que tampoco el estudio ha querido dejar morir porque la tesis principal de su historia no deja de ser interesante.

Depredador yo lo conocí por “Alien contra depredador” en el 2004 y está lucha milenaria de extraterrestres por el dominio en la tierra me atrae demasiado, sin embargo, admitámoslo… lo logrado por Arnold en 1987 es novedoso para el tiempo y ha sabido encontrar su lugar como película de culto, aún así no es buena película.

“Prey” toma esta premisa original y la traslada a época de los nativos norteamericanos para contarnos una precuela efectiva, novedosa pero sobre todo interesante. Aún así la historia es más simple que el café soluble: Naru (Amber Midthunder) es una joven comanche que busca su lugar dentro de l tribu en la que su hermano es el jefe de guerra. No acepta su papel de mujer hogareña que deba de desarrollarse como tal, sino que quiere sobresalir como guerrera y protectora. Así se encuentra durante estos recorridos con un depredador, el más grande que su experiencia como cazadora haya conocido.

Con “Prey” Dan Trachtenberg logró lo impensable con una saga venida a menos: refinarla y hacerla interesante. El director proporcionó un estilo, una visión… lo mejor de todo, ¡una firma autoral! Ya desde colocarla en los tiempos de los nativos norteamericanos hasta hacer dos versiones en inglés y otra en dialecto comanche. Empezando con ese gran detalle nos encontramos con una producción mucho mayor que la de 1987.

No se diga la impecable dirección de cámaras que resulta impresionante para este género. Dan sabe dónde, cómo y porque la cámara tiene que estar ahí, pero no solo eso, sabe perfectamente que es lo que le va causar ansiedad al espectador. Deja muy en claro que estamos ante una criatura amenazante y que por supuesto que en caso de venir más a la tierra, ellos serían la cabeza de la cadena alimenticia. Ya desde ahí el director y también con escritor nos deja muy en claro porque debemos temerle.

Ahora bien, las actuaciones tanto de Amber como la del perro Nassi, son extraordinarias. Tenía mucho que no veía un perro tan bien entrenado para las producciones de cine que fuera ocupado para escenas que realmente transmitieran eso a lo que llamamos: “el mejor amigo del hombre”. ¡Formidable!

Algo que no me gustó fue que tuvimos que verla en una pantalla chica. Este formato le quedó muy pequeño para lo grande que es esta película en todo sentido: histórica y visualmente es un despliegue de cosas que el género, así mismo la saga, deben de tomar.

“Prey” se convierte en una de esas películas que nos sorprenden con una calidad que excede por mucho a su formato destino para desearle verle en algo aún mucho más grande: el cine y en una pantalla IMAX.

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Tren bala, acción, frenetismo y luces neón

Para ser sincero y aunque me gusta el trabajo del director David Leitch, no tenía muchas esperanzas a que me agradara esta nueva película con Brad Pitt. Desde conocer la participación de Bad Bunny como uno de los personajes, hasta que fuera desarrollada en un tren al estilo Ágatha Christie… pensé que sería un rotundo bodrio pero, no.

Mencionó a Ágata Christie porque sus historias siempre suceden en un barco o tren, mientras los personajes van de un punto a otro, pero también siempre rodeados de un misterio que funciona como un McGuffin como solo un pretexto para que se desarrolle toda la historia y se genere una intersección entre todos los personajes a modo coral.

Ladybug (Brad Pitt) es un agente secreto que se dedica a robar objetos importantes que ponen en peligro La Paz de la humanidad. Hasta que un día debe suplir a otro agente para robar un maletín que se encuentra a bordo de un tren bala en Japón. Ahí se encuentra con una serie de personajes con los que tiene que lidiar para llevar este objeto sano y salvo pero, también mantener intacta su salud mental.

Tren Bala, es probablemente una de las películas más absurdas del año. No en el sentido más peyorativo, sino realmente como una cualidad que hace que el espectador se enganche con cada uno de los personajes desde el principio. Brad Pitt aquí es el punto central con Ladybug. Un agente que ya se encuentra hastiado de su trabajo y lo que quiere es ya no matar gente y buscar las paz interior arreglando siempre las situaciones por medio de un diálogo antes de pelear o matar. Estos objetivos son yuxtapuestos con los que portan el maletín Lemon (Bryan Tyree) y Tangerine (Aaron Taylor Johnson), dos hermanos asesinos a sueldo contratados por alguien que se hace llamar La muerte blanca.

Así, Ladybug se va encontrando con cada uno de estos personajes que de alguna manera están involucrados con este maletín. Más arriba mencione la palabra “absurda”, porque todo gira alrededor de algo que no es importante, lo que importa es cada una de las intersecciones directas o indirectas que el personaje principal tiene con ellos; escenas llenas de acción, peleas excelentemente coreografíadas, etcétera.

Las escenas de acción, son muy pocas, mejor dicho dentro de la película predominan más las coreografías de peleas bien ejecutadas. Es hasta el final donde el director despliega todos sus recursos estilísticos visuales para poder rematar toda la tensión que el espectador ha venido acumulando y resulta en algo muy emocionante, pero también relevante en la filmografía de Leitch al ser, después de Deadpool, su película mejor lograda en cuanto a todos los elementos.

¿La película es buena? Un rotundo sí. ¿Me va divertir? Sí, pero debes tener gusto por este tipo de películas en las que su forma de contarse es como un va y ven en el presente convergente de todos los personajes, al pasado de cada uno de ellos, que es la razón por la cual se encuentran ahí. Esta forma de narrarse a sí misma no es nueva, me recordó mucho a películas de Tarantino como Kill Bill (2013) o Bastardos sin gloria (2009). Incluso en el montaje con el tipo de música y los planos resulta muy tarantinesca, en el sentido más positivo del adjetivo… todo esto con un “whodunit” de fondo al mejor modo de Ágatha Christie. Esta combinación, que está muy bien ejecutada, es atrapante y aunque realmente al final nada sobre el maletín importa, este juego de personajes es divertido, hilarante y con un muy buen juego de luces neón de un Japón moderno, clásico y vanguardista. ¡Todo un viaje!

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La Gran Libertad

Las historias de amor son complicadas, pero cuando son frustradas por situaciones más ajenas de su control, se vuelven más complejas. “La Gran Libertad” entiende perfectamente eso y hace un retrato íntimo de una realidad.

En la Alemania de posguerra, la liberación por parte de los Aliados no significaba libertad para todos. Hans Hoffmann (Franz Rogowski) es encarcelado una y otra vez bajo el párrafo 175, una ley que penaliza la homosexualidad. A lo largo de décadas, desarrolla un vínculo improbable pero tierno con su compañero de celda Viktor (Georg Friedrich), un asesino convicto.


Basada en hechos reales, el director Sebastian Meise regresa de otra intermitencia y evidencía que sus pausas no afectan en nada a su conocimiento y calidad cinematográfica. Sumerge su historia en un ambiente horrible y monótono de una prisión, pero lo llena de pequeños gestos tiernos que son duramente castigados para Hans Hoffman. Una historia de contrastes y negaciones que muestra varias posturas y nos guía hacía una libertad inminente, pero que pone en duda la verdadera libertad interna. Un ejercicio ejecutado de la mejor manera y que demuestra problemas que se siguen viviendo en la actualidad.

La licencia poética de Sebastian Meise, y encanto que tiene este filme, es su juego narrativo detonado en el confinamiento solitario, dónde este lugar funge como una máquina del tiempo narrativa para relatar con un mayor peso dramático las situaciones de estos presos a través del tiempo.

Este drama de la posguerra depende de sus entornos y actores, quienes hacen un trabajo espectacular como Anton Von Lucke, Thomas Prenn y Georg Friedrich, sin embargo el reflector completo recae en Franz Rogowski quien consigue un tono perfecto en su protagonismo lleno de momentos felices y frustrados.

“La Gran Libertad” es un gran ejemplo de una historia memorable en su sencillez, además de llevar el estandarte del cine LGBT. Una historia verídica que merece ser escuchada.

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Elvis, la fuerza de dos hombres

No soy fan de Baz Lurhman como director, aunque debo decir que reconozco una firma en sus películas: tiene un estilo visual grandilocuente y gariboleado que sí llena la pantalla… en resumen, hace que sus películas sean dignas de verse en el cine. También puedo reconocer en él que tiene una gran habilidad para llenar de modernismo lo vintage y hacer una rara mezcla anacrónica.

Tampoco soy fan de Elvis. Conozco sus canciones más representativas y sé perfectamente que es un icono cultural norteamericano que ha trascendido varías generaciones, sin embargo, no es un cantante que escuche regularmente. Conocí más ahora de su vida con esta película que lo que sabía antes de esta.

Ya con las debidas aclaraciones debo decir que Elvis de Baz Luhrman es un trabajo visual y cinematográficamente relevante que llena de banalidad la humanidad y carencias del ser humano que fue Elvis Presley. Todo el artilugio visual que ves en pantalla distrae de lo emocionalmente relevante. Me refiero a la adicción a las drogas, la soledad por estar lejos de su familia, los excesos del medio, el divorcio con Priscilla… todo esto que pienso es relevante se difumina con el brillo del barroquismo de la forma de Luhrman. Este atascado de formas, brillos y exageración solo lo hace presuntuoso, pero creo que ahí radica la grandeza de su director.

Había momentos que debían ser muy emotivos, dolorosos e incluso penosos y no me comunicaron ninguna emoción o empatía por el personaje de Elvis, simplemente las cosas pasaban y ya. Tampoco significa que la película sea mala, dista mucho de serlo; Baz Luhrman debía adaptar su estilo en beneficio de lo que se quería contar para que el relato tomara más relevancia que todo el brillo y la exageración visual.

Retomando las escenas más emblemáticas de Elvis: Austin Butler lo hace extraordinario y aunque no se parece a Elvis, como espectador compras esta fantasía porque lo rememora en muchas maneras. Pasa lo mismo que con Mi semana con Marilyn (2011) de Simon Curtis, Michelle Williams no es nada Marilyn Monroe pero, sin duda la evoca, transporta al espectador y lo conecta con la esencia de lo que era la imagen de Marilyn.

Tom Hanks como Tom Parker, representante de Elvis, te deja sin palabras. Sabes que es Hanks pero se convierte en de inmediato en tu mente en acaparante representante. Tom Hanks es inigualable.

Elvis es en todo sentido digna de ver y de visitar varias veces sin ninguna duda. Aunque pienso que falla un poco en dejar comunicar las emociones que se ven ahogadas entre tanta parafernalia visual de Luhrman. Es grande, visual y probablemente lo mejor del director a la fecha.

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Thor love and thunder: el cine de autor que le queda a Marvel

Podemos dejar algo en claro desde un inicio: Taika Waititi es un director con un estilo que ha sabido impregnar en todas las producciones que dirige. Probablemente no las he visto todas, sin embargo, desde “What we do in the shadows” (2014) entendí que su estilo era no tomarse las cosas tan en serio en absolutamente nada y es ahí donde radica mucho de su ingenio. Esto no quiere decir que sea banal o imprudente en sus comentarios, sino que es su forma de decir las cosas… ¿y va contar algo serio? ¡No!

“Thor Ragnarok” (2017), significó un cambio de tono radical de la visión de Keneth Branagh, de lo shakespiriano y oscuro, al humor estrambótico y bobo. El ragnarok, para todos los que nos lo tomábamos en serio, era el Apocalipsis de la mitología nórdica y fue liderado por Odín mismo. Por supuesto que Waititi no respetó nada de esto y entendió que se trataba de una adaptación cinematográfica.

Alberto Chimal, escritor mexicano en una entrevista me comentó que para realizar una adaptación cinematográfica de un cómic el director y escritor debían tener claro las directrices que ambos lenguajes tienen, con esto trataba de decir que el traslado del original al cine puede ser muy distinto y no quiere decir que el resultado, en caso de que no respete su origen, esté mal hecho o que deba ser desacreditado al ser dos formas de comunicación distintas.

“Thor: amor y trueno” junta al personaje de Migthy Thor (Natalie Portman) y adapta el cómic de Jason Aaron: Carnicero de dioses, de donde sale el villano Gorr (Christian Bale). Thor (Chris Hemsworth) se rehabilitó de la depresión que lo llevó al peso donde se encontraba en la última película de Los Vengadores y se junto con los Guardianes de la Galaxia. Pronto se entera que Gorr está asesinando a dioses menores y que se dirige hacia la eternidad. Por lo que va y le pide ayuda a Zeus (Russel Crowe) para juntar un ejército. El dios del trueno es banal y desinteresado por los intereses humanos por lo que le niega la ayuda. Así que irá tras el carnicero de dioses con su implacable equipo.

Sí, sí tiene una historia. Este balance que consigue Taika que no tuvo en Ragnarok es muy bueno, donde también logró amalgamar perfectamente una visión oscura del villano Gorr con el humor desenfadado del cual dotó a Thor desde Ragnarok. Podemos decir que Waititi es un autor de cine interesante porque su estilo visual y humor, tiene la característica de adaptarse a lo que Marvel quiere hacer la mayor parte de sus películas: ser chistoso.

El director sabe introducir perfectamente el delineado de los personajes de los cuales perdimos pista hace varios años para ponernos en el contexto de su regreso, pero también situación personal y emocional actual. Sí, me refiero a Jane Foster… esto sirve perfecto para aquellos que no han visto ninguna de las anteriores. Esto para mí es tener respeto por todo los tipos de audiencia que va a ver su película.

Ahora bien, el villano. Gorr es un personaje que tiene un arco bastante genérico; me refiero a que es predecible, por lo menos más que el de Hela (Cate Blanchet) y también mucho más desarrollado. Es aquí donde me fijé que Taika había aprendido de sus errores y nos describe las motivaciones de un malo con un poco más de desarrollo que solamente el de una hija vengativa que regresaba como berrinche a destruir todo. Gorr tiene un rencor palpable que lo está llevando a hacer lo que hace, incluso en contra de sí mismo. Dicho sea de paso, Christian Bale lo hace extraordinario como villano: da miedo, impone y sí se siente como una amenaza real contra la que se nota será una vileza cruenta y resentida. Los motivos de este villano son bastante fuertes y eso es muuuuy bueno.

Cómo lo comenté en un inicio, Taika no se toma en serio nada y si vas a ir al cine a ver una fiel adaptación del Carnicero de dioses como historia cruda y oscura, pues, vas a salir bastante decepcionado. Sin embargo, si esperas divertirte y ver una aventura más de Thor; la vas a disfrutar demasiado.

Al final “Thor: amor y trueno” logra un balance bastante bueno entre la forma y el fondo. Taika no deja de lado ambos, pero tampoco abandona su humor tan característico que lo hace ser un director autoral con un estilo específico que le queda como traje a la medida a Marvel.

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Luis Toriz

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90 días para el 2 de julio es minimalismo cinematográfico con una complejidad emocional, enorme

El término de un ciclo emocional ya sea tan corto o largo como haya sido, siempre duele. Es cierto que a veces nos enamoramos de una persona, de lo que nos transmite en los momentos que la vemos. También es verdad que la compañía se vuelve necesaria en algún punto de esa pequeña historia. Pero es certero que la historia de dos personas no puede tener solo un participante, sino sería un monólogo.

90 días para el 2 de julio no es la idílica historia de amor que muchas películas nos hacen creer. No. Es todo menos eso. Es la idea que nos creamos sobre alguien por solo pequeños instantes que pasamos juntos. Es la ausencia que nos marca, no por la herida en sí, sino por la persona per se.

La mayoría de las veces que salimos con alguien entendemos que es una participación mutua en todo aspecto, aunque después la realidad te golpea un poco con la verdad, a veces esa relación que idealizas es solo un reflejo de tú propia soledad y terminas siendo tu el único participante.

Rafael García logra construir una ficción basada en hechos reales… porque así es la vida y el cine. Con muy pocos elementos nos cuenta una historia sumamente emotiva, minimalista pero también muy efectiva. El personaje principal tiene tanta fuerza que las situaciones nunca son aburridas o intranscendentes al traspasar al terreno de lo personal, emocional, al
mismo tiempo de lo traumático de las relaciones afectivas.

Luis (Armando Espitia) es un joven de veinte años que debe permanecer encerrado en un departamento tres meses hasta el 2 de julio porque se encuentra envuelto en una relación con Andrés, un hombre comprometido y candidato a presidente municipal por un partido conservador. Luis debe estar desconectado y alejado de todo para que no sea expuesto a la cantidad de información, pero tampoco al engaño emocional encubierto al que, por un hombre ejemplar, es sometido.

El personaje de Luis resume en muchos sentidos lo nocivo que pueden ser las relaciones sentimentales. Un juego del poder que toma lugar entre dos personas cuando se asumen roles y papeles para que la maquinaria de la relación funcione a la perfección. Andrés engloba el sometimiento emocional, el que ejerce el poder, pero no con la fuerza bruta, sino con la coerción emocional y eso es aún más violento que un golpe a puño cerrado.

La película tiene la destreza de delinear a dos personajes: uno desde los planos expresivos y medios, pero a otro desde la ausencia total del plano. El espectador solo es capaz de ver la destrucción de uno hacia el otro por medio de ver los restos de Luis regados por un solo set de filmación.

90 días para el 2 de julio no es una película físicamente violenta, pero sí emocionalmente reveladora. Muestra esa cara de las relaciones que pocas veces vemos y de la que casi nunca nos percatamos hasta mucho tiempo después. Con un montaje sencillo, desenfadado, Rafael construye un personaje dentro de un torbellino de ilusiones, emociones y transgresiones emocionales. Una película tremendamente ingeniosa y dolorosa.

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Lightyear, el viaje Interestelar más emotivo

Seguimos con el viaje nostálgico con muchas películas y aunque pensábamos que Toy Story con su universo ha inacabado, pues no. En 1995 comenzamos un viaje con Woody y Buzz y los terminamos en 2019 con Toy Story 4 y conocemos el final.

Lightyear, es una especie de spinnoff de Toy Story de John Lasseter y nos muestra las imágenes que ocasionó que Andy se emocionara tanto con el personaje de Buzz, personaje principal de esa película. Lo que vemos en el cine es precisamente esa historia que vio ese niño en 1995… de alguna manera todos somos Andy; en ese momento y desde ahí ya comienzas a conectar con la película.

Lo que tiene Lightyear que cautiva a su espectador es una nostalgia mencionada, pero no abusa de ella; sino que logra crear la propia con el personaje de Buzz y algunos nuevos que aparecen como un verdadero comando estelar que tanto oímos mencionar por muchos años. Todo envuelto en una historia que involucra viajes interestelares, la teoría de la relatividad y un fuerte mensaje de amistad y trabajo en equipo.

La verdad no tengo nada que reprocharle a Lightyear, nada absolutamente. Tiene todo lo necesario en su cantidad perfecta para poder conectar con el espectador que ha seguido al personaje durante tanto tiempo y cautivar a las siguientes generaciones. Tiene una mezcla rara entre Interestelar de Christopher Nolan, Gravity de Alfonso Cuarón y el toque de Pixar.

Su discurso sobre aprovechar el presente soltando el pasado para crear un futuro es muy bueno y sabe sustentarlo de forma sorpresiva con giros interesantes que demuestran cómo muchas veces somos nosotros mismos nuestros propios enemigos.

Al mismo tiempo sus ideas acerca del trabajo en equipo y como intentar brillar solo sin saber delegar responsabilidades, pero también confiando en tu propio ego puede arruinarte absolutamente todo ocasionando quedarte solo contigo mismo, pero tampoco acompañado de tu mejor versión. Algo que hace muy bien Lightyear es que logra entablar un discurso amistoso efectivo y nostálgico, sin caer en los excesos, con sus fans pero también con sus hijos por medio de un juego ingenioso que logra crear con el concepto del tiempo y eso lo aplaudo.

Angus MacLane logra escribir una buena historia con base a la ciencia y teorías que todos conocemos pero aterrizadas a un lenguaje muy sencillo que logra ligar perfectamente con las emociones sin sobre explicar demasiado y es ahí donde el juego del tiempo y las nuevas conexiones emocionales con un nuevo espectador entran magistralmente sin notarse forzado en ningún momento.

Ahora bien, el tema que ha alebrestado a mucha gente en el mundo: el beso gay entre una pareja homo parental. Creo que en estos tiempos los niños, adolescentes y demás, en la actualidad han alcanzado a ver cosas peores y sus padres no han estado ahí para explicárselos. Aquí la guía debe venir de los papás para poder dar razón de lo qué pasa y porque, aunque los niños y adolescentes actuales saben más de eso que nosotros. Así que sí, aunque dura un segundo, no más, está presente pero tampoco es para alarmarse, es al inicio de la película y pasa casi desapercibido. Creo que el tema se aborda desde una trinchera muy lateral que no toma protagonismo, por lo tanto, resulta al final irrelevante, aunque también era innecesario.

A fin de cuentas lo bueno pesa más en Lightyear que lo que pudiéramos encontrar mal. La aventura, la amistad, la ciencia, el trabajo en equipo y la lealtad son conceptos bastante fuertes que logran que la película emotiva, brillante, inteligente, pero también, nostálgica.

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Capital

El documentalista, Javier Toscano, vuelve con su perspectiva muy particular del cine y pone en la mesa dos grandes nombres, Sergei Eisenstein y Karl Marx.

Tal como indica Toscano, “Capital” es un ensayo cinematográfico que busca reconstruir el proyecto abandonado de Sergei Eisenstein para llevar a la pantalla la obra central de Karl Marx, “El Capital”.

En un estilo de documental y homenaje al cine de Sergei Eisenstein, Javier Toscano hace un acercamiento muy interesante de apuntes y anotaciones de Eisenstein y Karl Marx, haciendo mancuerna con un material audiovisual de todas las partes del mundo y de distintos tiempos. Agresivo, impactante, divertido, crítico, filosófico y reflexivo son varias de las facetas que va poniendo en este ensayo que son acompañados por los textos originales de estas figuras rusas.

Pero al mismo tiempo de ser un homenaje, es una aclaración de poner a estos seres que vemos inalcanzables a nuestro mismo nivel en un lenguaje cinematográfico como el de los inicios del cine hasta el de nuestra actualidad. El lenguaje sonoro está en esta misma ruta, donde las voces son distintas, la música ironiza situaciones y también es ensordecedor como este ritmo y estilo de vida capitalista.

La oportunidad de intercambiar varios diálogos con Javier Toscano después de ver este proyecto ayudó también a retroalimentar partes del desarrollo y su inquietud por hacer un cine distinto que nos habla en otro idioma a lo acostumbrado y que estos proyectos abandonados de cineastas, escritores o artistas glorificados también son personas con las mismas capacidades que nosotros.

Podría decirse que el discurso no ha cambiado después de 100 o más años, y “Capital” es un ejemplo perfecto de ese trabajo finalizado a través de muchos ojos y experiencias.

Este minucioso, obsesivo y muy divertido e interesante ensayo luce en su propia frescura e impacto visual y sonoro, haciéndolo único en un momento de poca creatividad. Podrá pecar un poco de ser reiterativo en sus últimos minutos, pero su corta duración comparada con largometrajes la hace ser directa y concisa. 

Puedes verla en Cineteca Nacional

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