
Muchas veces no importa que cuentas sino cómo lo cuentas. Kenneth Branagh es un director muy clásico en su puesta en escena, pero también en sus relatos. Lo pudimos ver en Hamlet (1996) o bien en Frankenstein (1994) basada en la obra Mary Shelley. Lo interesante de este actor y director es que le gusta teatro clásico shakespiriano, pero siempre intenta, casi siempre con éxito, dialogar con una teatralidad en su forma de abordar la dirección de arte, las actuaciones y la puesta en escena.
Belfast es una película que ocupa un estilo que ya hemos visto en mil películas como “La lista de Schindler” (1993) de Steven Spielberg, “Roma” (2018) de Alfonso Cuarón, “Cold War” (2018) de Pawel Pawlikowski… en todas el tono monocromático tiene una intención bastante clara ya sea que aporte a la narrativa, a la historia o bien, que sea más una característica rigurosamente estética.
Es totalmente válido que el recurso del blanco y negro pueda funcionar en muchas direcciones y motivaciones del director. En este caso Kenneth Branagh, como ya está siendo común en este tipo de relatos, relata su infancia dentro de la ciudad en la que creció por medio Buddy, un niño inteligente que juega venciendo dragones en la calle y es el recipiente ficcionado de la niñez de Branagh. Con una pareja de padres con problemas económicos y un padre (Jamie Dornan) que viajaba por trabajo a Londres, hasta que comienza un conflicto social entre protestantes y católicos que ocasiona que los padres valoren el pensar mudarse a Inglaterra, pero esto implica no solo dejar su ciudad de origen, sino dejar a sus abuelos, sus amigos y la niña por la que siente algo especial.



El relato es totalmente emotivo, nostálgico y pone en contexto una infancia enmarcada por una convulsión social caótica que comenzó en 1968 y se calmó hasta 1998. Este conflicto norirlandés comprometía a las dos religiones predominantes en Irlanda del norte; este conflicto se volvió un problema étnico que alcanzó incluso temas políticos importantes al volverse un tema de violencia a grados preocupantes.
De este modo Belfast discursa mucho y comparte épocas, en distintas áreas geográficas, pero convulsas socialmente por igual, con Roma y Cold War. Esta trilogía, sin saberlo enmarcan tiempos violentos con los que comparten cuadro, pareciera que Cuarón, Pawlikowski y Branagh acordaron realizar un mosaico de las décadas más problemáticas y revolucionarias de la historia del mundo. Separados obviamente de forma geopolítica pero que conversan entre ellas en una línea de tiempo bastante interesante.
Por esta razón el filme de Kenneth Branagh aunque no ofrece algo distinto a otras historias, contiene un valor sentimental y nostálgico como las otras dos. Pudiéramos decir que son películas hermanas que nacieron en distintos países, pero que también representan las infancias de sus directores, tomando, las tres, la forma de un diario que retrata un tiempo histórico social y político en común, pero también el mismo universo de emociones, perdidas y ausencias.
Una de las grandes competidoras dentro del Oscar… una joya cinematográfica imperdible.

Por Luis Toriz
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