Estados Unidos tenía un aura de ser aquella nación llena de oportunidades. No en balde en uno de los símbolos de este país, la Estatua de la Libertad, existe una frase extraída de uno de los sonetos de la escritora Emma Lazarus que ejemplifica de buena manera una parte de la historia americana: “Dame tus cansadas, pobres masas que anhelan respirar libremente”.
Es esa pequeña frase la que justifica la búsqueda de lo que se llamaba el ‘Sueño Americano’, concepto que ha pasado desde la representación de la justicia social, igualdad hasta ligarlo actualmente con la realización de oportunidades personales que suelen medirse principalmente en términos económicos, aunque no siempre representan eso.
Minari, dirigida por Lee Isaac Chung, hijo de migrantes coreanos que crecieron en una pequeña granja del estado de Arkansas, hace el filme más personal de su carrera al revisitar su propio pasado y escribir esta historia semi autobiográfica acerca de una familia coreana, liderada por el padre, Jacob (Steven Yeun) que compra una tierra para perseguir su sueño americano de hacer una granja, ser su propio patrón y sacar a su familia adelante.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas en la década de los 80 para esta familia coreana. En medio de una época en donde Estados Unidos se colgaba del lema de campaña “Make America Great Again” (MAGA), estandarte del presidente Ronald Reagan para sacar a una nación que enfrentaba malos momentos en su economía interna debido al desempleo y la inflación, la búsqueda de ese sueño por parte de Jacob y las consecuencias que tendrá en su núcleo familiar harán que conseguirlo sea un complicado camino.
En este viaje por algunos de los recuerdos personales del realizador, la reflexión acerca de lo difícil que era para un extranjero buscar ese sentido de realización propia y la importancia de los lazos familiares entre ellos es lo que se percibe de forma natural en Minari. Incluso, el mismo título de la cinta que hace alusión a una especia de verdura o planta tradicional coreana que, se dice, después de que muere su brote renace para crecer aún más fuerte que antes echando raíces en el lugar que ahora es su tierra.
Este simbolismo ejemplifica de manera perfecta el dilema de esta familia coreana, una que busca no sólo crear esas raíces para su granja y visión del sueño americano que tanto emociona al padre sino al hecho de que, como migrantes, traten de encontrar un lugar propio donde echar raíces, como el Minari, esto a través de la constante búsqueda de un lugar que puedan llamar hogar y les ofrezca esa especie de realización que tanto buscan.

La cinta cuenta con buenas actuaciones, empezando por Steven Yeun, actor famoso por la serie de The Walking Dead que en los últimos años comienza a demostrar su calidad actoral. Desde el proyecto de Lee Chang Dong, Burning, adaptada de una historia corta de Haruki Murakami, Yeun demostró el rango que puede tener. En Minari, su rol de Jacob carga con el peso no sólo de ser la cabeza de familia sino del mismo sueño que le va costando poco a poco conseguir y que, tal parece, nunca logrará.
Pero si hay un miembro de la familia que captura la atención en este relato melodramático es, sin duda, la abuela de la familia, Soonja, interpretada por Youn Yuh-Jong, quien en el momento de su aparición sirve como una conexión entre las raíces culturales que dejaron atrás y esta búsqueda de una nueva oportunidad en un mundo distinto que, a pesar de las intenciones de hacer a los Estados Unidos grande en la época de Reagan, tiene un costo alto para los migrantes.
Esto, aunado con el vínculo que poco a poco va desarrollando con el renuente nieto, David (Alan S. Kim), hace que este choque cultural de la búsqueda de un sueño americano que comenzaba a perder ya su esencia desde esos tiempos, se vuelva fundamental para el melodrama desarrollado en Minari.
Aunque el guión nace de todas estas memorias y recuerdos que Isaac Chung tiene de su época en Arkansas, inevitablemente cae en la exageración del drama que remite a ese tipo de enfoque que se ve mucho en algunas novelas coreanas denominadas ‘doramas’, donde parece que no hay una salida feliz a los problemas y sólo salen de una para meterse en otra situación peor, algo que le quita un poco de fuerza al relato de una nación que se olvidaba de muchos con tal de volver a ser grandes.
Es así que Minari se convierte no sólo en una visión semi autobiográfica para su autor, sino que resulta ser un testimonio acerca de la caída del sueño americano como se le conocía, donde la grandeza, la esperanza y las nuevas oportunidades se ven bloqueadas por un país que, desde ese entonces, se ha olvidado de la fortaleza de las minorías para poder realmente hacer a su ‘América’ grande.

Por A.J. Navarro
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