No es ningún secreto que Federico Fellini, uno de los más grandes directores de la historia salido de aquellas raíces del neorrealismo italiano, después de dirigir siete películas “y media” (debido al pequeño segmento que dirige en la antología Bocaccio 70), para el año de 1963 enfrentaba una crisis tanto personal como creativa. Es a partir de ese bloqueo que nace la idea de una de sus obras más representativas: 8 ½.
Fellini, de la mano de uno de sus consentidos actores, Marcello Mastroianni, presentaría el relato de Guido, un director cincuentón venido a menos, debilitado y bajó la presión de no saber que quiere hacer en su siguiente película. Esta crisis se ve potenciada por su desastrosa vida amorosa donde las mujeres de su vida parecen no dejarlo en paz. Ya sea su esposa su amante, su actriz musa o la memoria de su madre y la prostituta objeto de deseo de su infancia, Guido parece estar en un punto muerto de su propia existencia.
El encanto de 8 ½ radica en cómo Fellini juega con los aspectos de la realidad y la fantasía. Desde su secuencia inicial, ese sueño donde Guido sueña que se sofoca para después salir flotando y ser abruptamente aterrizado a tierra, comprendemos que la mente de este director se encuentra un tanto perdida entre el proceso creativo, las presiones de sus productores y guionista, entre otras cosas que van marcando una delgada línea entre su realidad, de la cual parece estar huyendo, y la ensoñación, que resulta la mejor vía de escape para este personaje.

Una de las grandes virtudes que encontramos no sólo en esta cinta sino en la filmografía de Fellini en general es el impecable aspecto estético. Aquí, en su octava y media cinta, resalta el uso del blanco y negro que sirve como perfecta vía para el juego que el realizador italiano hace entre la realidad y la ficción, uno que puede resultar un tanto confuso para algunos al hacer esos saltos sin aviso, llenos de cargas simbólicas curiosamente casi autobiográficas reflejadas en las fantasías de este director en crisis que busca decir mucho pero no sabe cómo hacerlo.
Esto, aunado a la excelente musicalización de la cinta con el compositor de cabecera de Fellini, Nino Rota, que nos regala una banda sonora perfecta para este relato onírico realista que nos recuerda a ese gran trabajo que realizó en La Dolce Vita (1960). Aunado a ello, la música se complementa con los sonidos de ópera de Wagner como El Vuelo de las Valquirias, añadiéndole esos toques necesarios a esta cinta que no sigue un argumento perfecto pero si un relato visual que vale la pena de inicio a fin.
La puesta en escena resulta muy interesante también, ya que vamos desde este balneario que pareciera más una casa de retiro bastante peculiar hasta los sets de esta nueva cinta que Guido pensaba hacer pero en realidad, no quiere. El paseo por el patio, la visión onírica de una musa, los andamiajes o extraños espacios abiertos que rodean las charlas entre el equipo creativo que insiste en que su película no dice nada y sus simbolismos son inexplicables o sobrados, hacen un perfecto acompañamiento para este realizador que comienza a mezclar la realidad con la ficción.

8 ½ también resulta interesante a la fecha por ser considerado una especie de tratado sobre el cine y la importancia del director en el mismo. Sin duda, Guido (Mastroianni) es una extensión de Fellini en esta cinta, que juega con sus cuestiones existenciales acerca del amor, la religión, las mujeres pero sobre todo reflexiona acerca de la búsqueda de una voz auténtica mediante este protagonista, mismo que resulta una especie de contradicción al mostrarse dudoso ante una obra que pareciera ir creciendo más por el peso del pasado que de su presente.
Guido, en su travesía por hacer este filme, abraza los fantasmas de ese pasado que lo detiene, lo sostiene y parece impedirle seguir adelante. De ahí que la realidad y el sueño comiencen a fundirse en su vida, su visión y su potencial creativo mediante alegorías muy personales dejando vía libre al espectador de afrontarlos e interpretarlos sin una guía. Además, puede incluso resultar un ejercicio metaficcional en donde Fellini, mediante Guido, saca todos estos líos que enfrentaba en ese entonces sin dejar de lado las dificultades del quehacer cinematográfico.
En algún momento, Fellini declaró para Cahiers du Cinema que las cintas que el hacía daban vida a “unos personajes en busca de sí mismos, de una más auténtica fuente de vida, de un ir más allá de los convencionalismos en busca de algo puramente individual”. Definitivamente, en 8 ½ el realizador italiano refleja todo esto pero a un nivel más personal, en una cinta muy intimista que sirve como desahogo para romper un bloqueo creativo como sólo él sabía: creando cine.

8 ½ de Federico Fellini, en su versión restaurada, es una de las cintas que inauguran la actual 69 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional, siendo un clásico imperdible para verse en la pantalla grande.

Por A.J. Navarro
Mis redes:
Twitter:@JustAJTaker
Facebook: @Aj Navarro
Instagram: @ajnavarro007