Cuando Rodrigo Reyes era joven se convirtió en un amante de la historia gracias a su padre. Esta influencia paterna por amar y averiguar del pasado de nuestro país llevó al realizador a reflexionar acerca del colonialismo y sus consecuencias en el México actual de una manera muy interesante.
Mediante una especie de docuficción, un conquistador de los tiempos de Cortés despierta en el mundo moderno justo en las costas de Veracruz. Por su paso, se vuelve mudo, deja de lado su pose para convertirse en un testigo de estas historias de violencia y tristeza que rodean su camino de vuelta a la otrora Gran Tenochtitlan, ahora CDMX.
Este es el planteamiento de la cinta 499, que surgió de la idea de la próxima conmemoración de los 500 años de la conquista de nuestro país por parte de Hernán Cortés y sus colonizadores. A partir de ello y con una gran investigación de fondo, Reyes nos presenta este viaje que nos muestra esa paradoja mexicana donde vemos los paisajes más bellos a través de la cámara pero también somos testigos de los relatos desgarradores de violencia que suceden.

La figura del Conquistador, interpretado por el español Eduardo San Juan, se convierte en nuestra guía pero a su vez en un testigo, una especie de fantasma que está de vuelta al presente para enfrentar la realidad de un mundo que dejó de conocer hace casi 500 años, que pierde su voz para convertirse en un mero escucha de las anécdotas con las que se va encontrando, todas ellas referentes a un marco de violencia que ha perdurado desde aquellos tiempos del colonialismo.
Ante sus ojos y durante el viaje que realiza hacia lo que conoció como Tenochtitlan, encontramos estas expresiones de una violencia que no es la que conocía, sino que se ha transformado en formas como el narcotráfico o los feminicidios. Así, el viaje del Conquistador se convierte no sólo en un proceso reflexivo sino también de cierto autoconocimiento donde los pensamientos de esta peculiar figura contrastan con la realidad que ve.
La docuficción que maneja Reyes recuerda un poco el estilo de otros documentales que resultan ser más una especie de ensayo pero que han tocado ese tema tan importante de la violencia en nuestro país y sus consecuencias como La Libertad del Diablo (2017) de Everardo González o Tempestad (2016) de Tatiana Huezo, donde la parte testimonial funge como el reflejo de la misma sin ver realmente los actos, solamente los resultados finales.
El papel de San Juan se vuelve fundamental, alguien que en su mutismo sólo tiene sus pensamientos y recuerdos, algo que también destaca Reyes pues literalmente nos mete en la forma de pensar de un Conquistador del siglo XVI. A través de su diálogo introspectivo y con algunas frases que impactan o se relacionan directamente con el doloroso presente, el Conquistador se desmitifica como el villano para convertirse en un individuo más, alguien que comparte aspiraciones con algunos migrantes o que comprende la violencia a partir de las tácticas de guerra.


Todo esto lo vemos reflejado en las expresiones de San Juan, quien es acompañado por una estupenda fotografía de Alejandro Mejía en un formato de gran panorámico que pocas veces se usa en el género documental pero que aquí realza el camino del Conquistador por su caminata en la Ruta de Cortés, un muerto en vida que no puede regresar a su época pero no tampoco puede escapar de este presente, similar a la figura del fantasma en ese ejercicio interesante del paso del tiempo y la inevitabilidad visto en Una Historia de Fantasmas (A Ghost Story, 2017) de Lowery.

Es así que Reyes alimenta esta cruda realidad donde pareciera que a 500 años de la conquista de nuestras tierras, el colonialismo sigue presentando sus estragos y consecuencias pero de formas distintas. La discriminación, la lucha de los migrantes que mueren en el camino, los militares convertidos en sicarios y las víctimas de la violencia de género, todos se conjuntan en este viaje donde lo importante es alzar la voz y ser escuchado, convirtiendo a 499 en un ejercicio donde la conmemoración de un hecho histórico sirve para reflexionar acerca del colonialismo y los ecos que persisten a la fecha.

Por A.J. Navarro
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