Cuando la ópera prima de Alejandro Guzmán, Distancias Cortas, llegó por fin a estrenarse en salas mexicanas, fue una de las más gratas propuestas que se podían encontrar. El relato de Fede (Luis Ortega), un hombre de más de 200 kilogramos de peso que decide salir de su encierro gracias al encuentro de un rollo fotográfico viejo y el desarrollo de una amistad muy peculiar, escrito por Itzel Lara, tocaba con mucho corazón los temas de la reconciliación familiar, el perdón y la aceptación de un posible último destino.
Sin embargo, la segunda colaboración de Alejandro con Itzel resulta ser totalmente opuesta tanto estética como argumentalmente a ese primer largometraje. Y es que aunque en Estanislao volvemos a ver el tema de la familia, éste se presenta de manera casi surrealista, onírica y hasta monstruosa, donde los fantasmas del pasado alcanzan el presente del protagonista, Mateo (Raúl Briones).
Inspirado en una novela gráfica acerca de un niño con cara de sapo, Guzmán se acercó a Itzel para trabajar juntos de nueva cuenta y crear este relato acerca de un hombre con aires monstruosos. Aunque la historia sufrió diferentes metamorfosis en el camino, Estanislao presenta a este contador que después de 15 años en San Luis Potosí, regresa a su hogar en la Ciudad de México debido a la muerte de su madre, lo que deriva en un reencuentro familiar poco grato con su padre alcohólico y su monstruoso hermano que da nombre a la cinta.

Si hay un actor que últimamente ha demostrado poder hacer diferentes roles que van desde lo cómico en Club de Cuervos hasta lo emotivo y dramático en Asifixia de Kenya Márquez, ese es Raúl Briones, que ahora aborda a Mateo como un tipo al que le cuesta expresar lo que siente, tímido, encerrado en su propio mundo, mismo que se le está cayendo a pedazos tanto en lo personal como lo familiar.
Es el viaje de Mateo el que seguimos en este relato, acompañado de esos fantasmas del fracaso, la decepción y la falta de aceptación de los mismos. La incapacidad del protagonista de enfrentar sus problemas es palpable y sólo provoca que vaya cayendo en un hoyo negro sin más remedio que enfrentar no sólo al monstruo de la familia, sino a los propios.
El diseño de producción es destacado. A pesar del poco presupuesto, Guzmán y su equipo encontraron una locación que transmite esa sensación de abandono, de soledad y encierro en una fábrica abandonada que nos remite a veces a esa primer cinta de David Lynch, la surrealista Cabeza de Borrador, donde el lugar llamado hogar es un vacío en el cual las sombras, la poca iluminación y los monstruos se encuentran en cada recoveco de la misma.
Otra gran decisión de Guzmán Álvarez es el uso de la fotografía a blanco y negro, misma que transmite esa sensación de ficción en medio de la cruda realidad a la que Mateo se enfrenta, una donde parece no haber esperanza, donde nada le sale bien y no pinta para haber alguna escapatoria. Ese blanco y negro dota de un onirismo bastante particular al relato sin caer en lo burdo.
Pero a pesar de que Mateo es el protagonista, Estanislao, su hermano, también tiene un relato trágico detrás al ser un monstruo exiliado de la sociedad, encerrado en una jaula y rechazado por su propia familia. El diseño de este gigante horrendo con cabeza de pájaro se aleja de los efectos especiales para regalar al espectador una criatura muy teatral en su andar, su postura y su vestimenta, misma que está creada de tiras de tela sobradas de la fábrica abandonada y en bancarrota del padre alcohólico.

Es así que el horror, la fantasía y el realismo convergen en esta película a todas luces rara, llena de un ambiente que no brinda esperanza, sino que funciona como una espiral donde la familia y las relaciones fraternas pueden ser tan monstruosas o igual de peligrosas y amenazantes como la presencia de un gigante hombre pájaro que te aterroriza por las noches.
Con esta poderosa estética narrativa, Estanislao se convierte en un ejercicio que pocas veces vemos dentro del cine mexicano. Una propuesta de autor que se atreve a retar las convencionalidades al saber usar sus recursos para crear una especie de pesadilla surrealista en donde el concepto de la familia se convierte en el peor monstruo, en aquel que no suelta nunca y al cual muchas veces nos vemos obligados a regresar para enfrentarlo, aunque eso nos cueste cierta cordura.

Por A.J. Navarro
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