«Alguien tiene que morir», Manolo Caro y su mirada del Franquismo

Uno de los nuevos consentidos de Netflix para generar contenido en su plataforma es el cineasta Manolo Caro, quien con una filmografía destacada y un estilo muy particular que da tintes de una influencia tremenda de Pedro Almodovar, trae su nuevo proyecto coproducido entre México y España, la miniserie Alguien Tiene que Morir.

El elenco, conformado por Cecilia Suárez, la leyenda española Carmen Maura, Alejandro Speitzer, Isaac Hernández, Ester Expósito, entre otros talentos, son quienes toman las riendas en este nuevo relato original escrito por Caro en el que un joven, Gabino (Speitzer), regresa a su amada patria España en medio del Franquismo de los 50s pero lo hace acompañado de su amigo, el mexicano Lázaro (Hernández).

Pero este regreso a casa se sale de control al levantar especulaciones entre la comunidad cercana a su familia, donde la posible homosexualidad de los amigos sea una cuestión imperdonable que quebrantará los lazos más fuertes de amistad, sangre y deseo, en un melodrama muy a lo Caro.

Algo de lo que llama la atención en esta miniserie de tres episodios, sin duda, es que por primera vez podemos ver cómo el realizador mexicano se aparta un poco de ese estilo y forma característica y llena de colores para cambiarlo por un aspecto noir muy adecuado para la época en que los hechos suceden.

Esto, aunado a un contexto histórico que da mucho de que hablar por la represión vivida en esa dolorosa dictadura militar en la que se sumergió España por décadas, da para llamar la atención pero poco a poco, mientras la serie se va desarrollando, podemos ver que hay muchas oportunidades desaprovechadas y que Caro decide reciclar sus temas más recurrentes sin arriesgar mucho en el guión.

En este drama ficcionalizado se hace hincapié en la comunidad homosexual y la persecución de la cual fueron víctimas por muchos años en todo el mundo, incluyendo en el Franquismo ultra conservador. Es en este universo donde Gabino y Lázaro viven sus aventuras, sus desamores y desengaños que van orillando a que los secretos familiares se develen a partir de este motivo.

Si bien hay personajes que destacan, sobre todo por la maldad inherente y por contagiar esa sensación de desagrado como lo son Cayetana (Expósito) y la abuela Amparo (Maura), hay otros que se quedan a medio camino en su desarrollo y caen en la red melodramática que parece ser la vena que Caro nunca puede sacudirse de encima.

Por ejemplo, Mina, la madre de Gabino, interpretada por Cecilia Suárez, falla un poco en el acento y se vuelve un distractor para su historia. Incluso hay cosas en la escritura de los personajes que se dan por asumidas en lugar de desarrollarlas mejor o simplemente los ignoran. Tal es el caso de la mucama, Rosario, interpretada por Mariola Fuentes, cuya sub trama podría parecer interesante al tocar los otros aspectos de la represión franquista pero se deja de lado para convertirla en algo meramente incidental, un pretexto para el melodrama escondido entre el noir.

A pesar de caer en ciertos estereotipos que no nos son ajenos en la obra de Caro (véase la tremendamente fallida Casa de las Flores) y caer en ciertas fallas con algunos personajes tanto protagónicos como incidentales, algo que si se rescata de mejor forma es el tono de este proyecto que rompe un poco con lo que hemos visto del realizador anteriormente y muestra que puede salirse un poco de ciertas áreas de confort.

A pesar de que la edición puede hacer que los tres episodios de repente tengan cierto bajón en su ritmo o se genera cierta repetición constante de los temas, es la puesta en escena, la casa, el lugar y la fotografía más oscura lo que le da esa esencia de misterio que ayuda a tapar la intención melodramática a veces excesiva del mismo.

Es esa ambientación, con ese vestuario y ese sentido de tensión, locura y represión, de miedo a ser uno mismo, a lo que mejor le saca provecho Caro en esta producción. Este aspecto es lo que ayuda a que los episodios, que en total suman poco menos de 2 horas y media de duración, no se sientan tan aletargado y transmitan una sensación de aprehensión que emula de buena forma al miedo que esa dictadura dejaba sentir.

Si bien la miniserie aprovecha su corta duración y se agradece, el problema con Caro es que sigue repitiendo ciertos vicios de su visión cinematográfica que se ven en su guión o en ciertos simbolismos y escenas que tratan de darle mayor profundidad psicológica a este thriller con tintes de novela.

Otro problema es su final, uno que llega tan abruptamente que deja muchísimas dudas acerca de varias cosas, sobre todo las consecuencias que los actos vistos en el clímax tendrían sobre los personajes, olvidándose así de la causa efecto y dejando de lado muchos aspectos que le roban un poco esa esencia que había contagiado con su puesta en escena, pasando de un thriller a un dramón televisivo.

A pesar de todos estos líos, Alguien Tiene que Morir es una propuesta a la que se le aplaude su riesgo, sobre todo por salirse de las convenciones que tanto conocemos de Manolo Caro pero que no logra aún encontrar la mejor forma de hacerlo sin dejar de lado sus aspectos melodramáticos e incluso no se anima a ahondar más en este contexto brutal en el que se desarrolla su historia.

Así, está miniserie de Netflix es, sin duda, mejor que el anterior proyecto de serie hecho por Caro, donde las flores eran un pesar más que una alegría, pero si se queda corto en sus intenciones, dejando una sensación de que podría haber sido mejor hacer una cinta de dos horas que una miniserie a la que le sobran algunos minutos y donde, inevitablemente, alguien tiene que morir pero no lo hará del aburrimiento.

A.J Navarro

Por A.J. Navarro
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