En el cine de los últimos veinte años, el cine de autor ha tenido grandes representantes en nombres como Wes Anderson, Paul Thomas Anderson, entre otros, que han seguido el camino al contar esas historias que los obsesionan, algunos con algún sello distintivo estético, otros de forma variada y algunos con temas que los han obsesionado desde su inicio como directores.
Christopher Nolan se une a este grupo, destacando no sólo por esa particular visión acerca de los temas que claramente impregnan en mayor forma su filmografía sino porque, a diferencia de otros, lo ha hecho inclinándose hacia el denominado cine industrial o comercial, mostrando así escenarios variados, tremendos efectos y una grandilocuencia que pocos autores llegan a tener.
En medio de esta crisis donde el regreso al cine es cuestionado debido a la pandemia que globalmente nos infecta, Nolan y Warner apuestan por lanzar Tenet, el onceavo largometraje de una carrera que lo caracteriza por una narrativa cinematográfica amada por muchos, despreciada por otros pero que no genera un ápice de indiferencia, apostando por revivir la experiencia de ver cine en la pantalla grande.

Tenet resulta ser una cinta compleja y espectacular que apega a los conceptos de sentir el cine, donde el Protagonista no tiene nombre, solo es lo que es, en un relato donde la temporalidad como la conocemos es alterada en medio de una cinta de espías que rompe ciertos arquetipos del género pero cuya misión es la misma: evitar el fin del mundo, o más bien, de la realidad como la conocemos.
Pero para hablar de Tenet tenemos que ir hacia atrás para comprender a Nolan junto a esa obsesión que tiene acerca de las realidades del mundo, de su percepción del tiempo y de cómo todo ello lleva a esta opus magna que parece juntar toda la idea de su filmografía en una cinta aparentemente compleja en la experiencia pero muy simple en su esencia.
Desde su primer largometraje, Following (1998), Nolan deja claro que las narrativas lineales son algo que prefiere evitar para poner a prueba al espectador y la atención que pone a los hechos en este rompecabezas que da saltos, ofreciendo pedazos de este gran esquema donde al final todo cobra cierto sentido y lo que creíamos que era una realidad se cae de golpe al tomar esta última ficha donde las apariencias terminan por ser otras.
Después en Amensia (Memento, 2000), retoma esta narrativa donde las cosas fluyen hacia atrás y el tiempo no es lineal sino que está invertido gracias a la «condición» que el protagonista, interpretado por Guy Pearce, presenta en el relato. Así, la cinta fluye y va deconstruyendo esta aparente visión de la verdad que creemos estar viendo para soltar la bomba final donde se nos cuestiona qué tanto uno se fabrica lo que cree, la fidelidad de las verdades que manejamos y un teatro de falsas apariencias que lleva de un punto a otro.
Estos elementos son una parte fundamental en Tenet, ya que el juego de los tiempos es sin duda lo que pareciera darle la complejidad al guión de la más reciente cinta de Nolan. Mientras tenemos una secuencia inicial donde todo lo que vemos va de manera lineal, de repente se altera para manejar una apariencia de la realidad donde el futuro fluye hacia nosotros y nosotros hacia el futuro, creando una peculiar paradoja no sólo cinematográfica sino también científica.

Ese recurso tampoco es ajeno para Nolan. Para muestra está la que posiblemente sea la más compleja de sus películas: Interestelar (2014). En ella, Nolan aplica la ciencia, en específico la teoría de las cuerdas, en una épica de ciencia ficción de casi tres horas donde el director y guionista cae en los denominados «vicios» que su filmografía presenta de cierto tiempo para acá pero sin dejar de lado una justificación perfectamente válida para esos viajes temporales, dimensiones y demás que maneja durante esta aventura.
Tenet usa la denominada «Paradoja del Abuelo», donde se plantea que si uno viajara en el tiempo hacia el pasado y matara a su abuelo, uno dejaría de existir por lo que no podría viajar en el tiempo, creando así una paradoja en la realidad que percibimos y vivimos día a día. Es este uno de los núcleos de la cinta que a su vez se ve reflejado en el palíndrome que le da nombre a la misma.
La aparente complejidad de Tenet esconde una historia con huecos y preguntas que, como en muchas cintas del director, provoca que la experiencia cinematográfica sea diferente a lo que estamos acostumbrados sobre todo en el cine comercial. Esa es el arma de doble filo que ha empuñando Nolan durante un buen rato, donde ofrece un concepto pensante dentro del entretenimiento.
Sin embargo, eso no evita que este cineasta de autor caiga en ciertas pretenciones excesivas o en la tendencia a sobreexplicar las cosas, algo que al menos en Tenet no se da de manera tan simple. Es tal vez ahí donde la cinta encuentra sus mayores virtudes, al ser un tanto más abstracta y jugar a ser algo en apariencia pero no serlo del todo a final de cuentas.

Y es que Nolan utiliza el género de los espías muy a lo James Bond, usando los paisajes habituales, las secuencias se acción espectaculares pero donde rompe todo es en la figura del Protagonista, aquí interpretado por John David Washington, quien rompe el arquetipo del héroe para solamente ser lo que su título afirma, el protagonista en el puro concepto.
Misma situación sucede con la figura del villano Sator, nombre sacado curiosamente del cuadro conocido en el Imperio Romano que forma un multipalíndrome de cinco palabras, una de ellas Tenet, interpretado aquí por Kenneth Branagh, que aparenta ser el clásico malo con sus motivaciones típicas pero lo que hay detrás de ellas que corrompe los juegos morales alejándonos de la idea de un bien o mal determinado, exponiéndolo como un hombre que busca ser un creador o incluso un Dios.
Cabe decir que incluso el cuadrado de Sator que inspira no sólo el título sino la idea, en parte, de este filme, justamente desde que se descubrió ha dado de que hablar debido a las múltiples interpretaciones que puede tener su uso. Algo que resulta particularmente curioso al relacionarse de manera tal vez coincidental con la obra del director en el sentido de la múltiple interpretación en sus finales.
Un ejemplo de ello es El Origen (Inception, 2010), donde su final sigue causando discusiones entre los espectadores acerca de lo que vemos en esa conclusión. ¿Acaso es un sueño o es la realidad en la que Cobb (Leonardo DiCaprio) está? De nuevo, ese juego de la percepción de la realidad, algo que parece un confín temático muy común en las películas de Nolan, donde puede haber una respuesta absoluta o no.

Tenet aprovecha todos esos elementos y los lleva al extremo, proyectando tanto los vicios como las virtudes del cineasta en una cinta que conlleva un excelente armado de producción que va desde las actuaciones de Washington, Pattinson y Branagh, pasando por la fotografía de Hoyt Van Hoytema hasta una musicalización por parte de Ludwig Goransson que está a la altura de la dupla que Nolan hizo con Zimmer.
No cabe duda que Tenet es, sin duda, una experiencia diferente que se convierte en una paradoja cinematográfica en el estricto sentido, ya que es un vehículo entretenido que puede ser tremendamente complejo en apariencia pero con una esencia mucho más simple en la que Nolan logra jugar fríamente con los conceptos más que los personajes y deja que el espectador se rompa la cabeza hasta encontrar el hilo negro, ya sea muy simple o muy complicado de descifrar sin importar las consecuencias o las convenciones de su cine.

Por A.J. Navarro
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