No hay nada más perturbador que el propio vivir, pero pocos tienen la consciencia acerca de la inevitabilidad de la muerte y que tarde o temprano todos terminamos en el mismo lugar. La vida no se tarda tanto en revelarnos como será nuestro camino en ella y nos guarda para casi al final la información de nuestro destino fatal y para ese entonces ya es demasiado tarde.
El diablo a todas horas (2020) de Antonio Campos es una historia que no tiene consideración por sus propios personajes, pero tampoco por lo que el espectador va a ver en esta historia de acciones y consecuencias brutales. Por medio de historias encontradas que no necesariamente llevan una temporalidad compartida, sino que en algún punto de la propia historia de cada personaje se encontrarán el uno al otro; lo que sí comparten es el contexto de la guerra de Vietnam en la década de los años sesenta. Una época particularmente violenta dentro de la historia de los Estados Unidos, con una sociedad temerosa y enojada por lo que parecía ser una guerra sin sentido y de la cual tampoco sus hijos regresaban con vida, un constante temor por el fin del mundo, situación que encerraba a la gente dentro su propia fe, la cual se volvió un arma de doble filo.

Arvin Russel (Tom Holland) es un joven que debe irse a vivir con su abuela después del suicidio de su padre a causa de la muerte de su madre por un cáncer terminal. Ahí conoce a Lenora (Eliza Scanlen), su hermanastra que fue abandonada con la abuela que tienen en común. Al crecer juntos, Arvin toma un sentido protector por su hermana y al sucederle un daño irreparable a ella por culpa del reverendo Preston Teagardin (Robert Pattinson), él tomará venganza cuéstele lo que le cueste y tendrá que enfrentarse con que el diablo está presenten a todas horas.
La estructura de este guion de Antonio Campos y Paul Campos, me recordó mucho a la mancuerna que Guillermo Arriaga y Alejandro G. Iñarritu y de la cual salieron historias grandiosas como Amores Perros (2000), Babel (2006) y 21 gramos (2003). Cito estos ejemplos cinematográficos porque El diablo a todas horas retoma algunas herramientas narrativas que sirven para contar historias de personajes que encuentran un punto en común dentro de la tragedia humana, donde las consecuencias de los propios actos no solamente alcanzan al implicado natural del hecho, sino también sirve como una onda expansiva de daños alrededor que va afectando a otros sin querer.
Esta forma de guion es probablemente lo primero que destaco de la historia que por momentos se pierde en su camino a presentar situaciones trágicamente humanas pero que se vuelve reiterativa en querer mostrar que el sufrimiento es consecuencia de nuestros propios actos y que estos nos alcanzan en algún punto de la vida. Me refiero a que parece que muchas veces la desgracia es el lugar común de muchos y que es inevitable no caer ahí, ya sea por un rato o para siempre.

En alguna parte de la película un personaje dice algo muy cierto, y es esta realidad la que verdaderamente golpea al espectador: “Algunos solamente nacieron para ser enterrados”. La constante tragedia que persigue a Arvin, pero que desarrolla en él la resiliencia de la que le hablaba su padre y que él mismo no pudo alcanzar, se torna repetitiva, pero aun así las situaciones en las que se ve envuelto, no solamente por sus propios actos, sino también de los desconocidos que lo rodean, son extremadamente duras y van mermando en él personaje la fe cristiana que le fue inculcada de niño. Esto lo va llevando a una espiral de consecuencias en las que ni siquiera su fe estéril lo puede salvar.
A pesar de lo reiterativo del guion, nunca es aburrida, sino todo lo contrario. La película cuenta con una herramienta, el narrador, que es el propio escritor de la novela homónima, Donald Ray Pollock, que nos va contando en una voz en off lo que van sintiendo los personajes de la historia, nos pone al tanto de sus pensamientos e intenciones, como un cuenta cuentos terrorífico que ya conoce el fatal destino de los integrantes de su propia historia y de la cual ya no tienen escapatoria.
Se debe mencionar que todos están excelentes dentro de la historia, me refiero a los actores, pero es Robert Pattinson quien aunque aparece sólo en un fragmento de ella, su huella actoral está presente todo el tiempo después de que su personaje desaparece. Tom Holland está madurando mucho actoralmente y, recordemos que su personaje con la trágica y esperanzadora Lo imposible de J.A Bayona fue la que lo puso en la escena actoral por un impecable debut, desde ahí el joven actor ha demostrado que puede conquistar una pantalla grande con exceso de efectos especiales como una pantalla chica con una historia de rasgos de cine independiente.
La película se enfoca entrelineas en lo que el apóstol Pablo planteó en la segunda carta a los Corintios, sobre el aguijón de la carne, para referirse al pecado individual que cada uno cargamos a cuestas y, por el cual también pagamos consecuencias, pero que también, el Reverendo Preston (Robert Pattinson), dentro de una exacerbada y cínica hipocresía espiritual hace alusión como delirios pecaminosos que nos llevan a la perdición.

Es aquí donde la historia clava su más incisivo colmillo al criticar posturas religiosas que carecen de integridad moral para poder pararse por sí solas. Sin embargo, no es culpa de las propias creencias, sino del mismo hombre que las práctica, que las predica pero que no las vive, sino todo lo contrario, las usa para juzgar y destruir al otro. Dentro de ese juicio, del que se hace participe a Dios mismo, todos servimos para apuntar y destruir la vida de los otros.
El diablo a todas horas en una efectiva historia que usa lo sórdido de la realidad humana y sus más bajos instintos para decirnos que no por mucho repetir y gritar Dios nos va a escuchar, al contrario, muchas veces sólo hay que guardar la lengua y silencio para escuchar lo que él tiene por decir. ¡Estremecedora y muy eficaz dirección de Antonio Campos!

Por Luis Toriz
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