La visión femenina de la pasión: “Retrato de una mujer en llamas”

Céline Sciamma, directora de Retrato de una mujer en llamas, en la noche de entrega de los Premios César en Francia, al ver que el premio a mejor director se lo llevaba el director Roman Polanski por su película: El soldado y el espía, se levantó de su lugar junto con la actriz Adéle Haenel y abandonó el lugar indignada porque la academia de ciencias y artes cinematográficas francesa de alguna manera ya perdonó las faltas legales, pero en este caso, morales, de las cuales alguna vez se le acusó al director por abuso y violación a menores.

Escribo este preámbulo porque no se puede escribir una película como Retrato de una mujer en llamas sin tener una ideología de género tan arraigada como la tiene esta directora y por supuesto, la actriz principal de la historia de un tórrido romance entre dos mujeres a finales del siglo XVIII. Porque bien es cierto que en el cine un escritor o un director plasma todos sus ideales; al ser el arte el vertedero  de sueños, aspiraciones, ilusiones, pero también de frustraciones e ideales, la obra se permea de todo esto indudablemente. De esta forma indagamos en las entrañas de su autor y creador; de algún modo el cine siempre nos convirtió en vouyeristas pasivos esperando a ser sorprendidos.

Retrato de una mujer en llamas cuenta con una premisa muy interesante: la de una pintora, Marianne, que es contratada para pintar a Heloïse, una joven educada para ser monja que parece ser que descubre que la vida dedicada a Dios no es precisamente lo que quiere para ella, como consecuencia la madre debe conseguir un esposo y, para lograr esto quiere hacerle un retrato que capte y mejore de algún modo toda su esencia. Marianne debe pasar como una dama de compañía para que Heloïse se deje retratar lo mejor posible sin que ella se dé cuenta. Marianne siente de alguna manera que ella misma está violando la libertad de la joven al no tener su permiso, por lo tanto la creación que está realizando va proyectando, desde su mente de creadora, una proyección de frustración, que precisamente es el sentimiento de su objeto de estudio indudablemente.

Céline Sciamma crea un comentario en distintos niveles, el primero es acerca de la forma en que el arte, de manera fehaciente, va tomando la forma de los sentimientos internos que tanto la creadora como su objeto de inspiración, contienen durante este proceso creativo. La obra se vuelve una masa que las sensaciones y experiencias van moldeando hasta encontrar su propio camino al final de la realización. Este comentario del arte sobre el propio arte llena el guion de la realizadora y por lo tanto su discurso es fuerte respecto a como una obra está influenciada fuertemente por los momentos, experiencias buenas y malas. Así la película, aunque está enmarcada en un siglo distinto al XXI, logra transmitir un mensaje que es muy vigente estos días: el cómo ve una mujer a la mujer y no como un hombre ve a una mujer.

Retrato de una mujer en llamas

Aunque hay historias parecidas como Desobediencia de Sebastián Lelio del 2017, y aunque también es un relato con dos mujeres enamoradas como protagonistas dentro de un contexto que les impide llevar a cabo ese amor, es una visión de hombres. La historia se enfoca en el juicio de esta comunidad gobernada por hombres hacia el amor de estas dos mujeres y les dictan el ABC del comportamiento “correcto” de ellas en una sociedad cerrada a los cambios.

El discurso de Sciamma juega con la comprensión de cada una de estas mujeres sobre las propias mujeres y no de los hombres sobre ellas y su rol dentro de la sociedad. Es interesante su visión porque aunque está plagada de ideología de género la sabe revestir de argumentos viables que sustentan sus decisiones, esto no quiere decir que sean correctas o no, pero son de ellas. El libre poder de decisión, es algo inherente en todos, en todas las creencias religiosas, y nuestra sociedad debe estar basada sobre ese mismo derecho. Sin embargo los derechos de uno, no deben invadir los derechos del otro, ahí se anulan nuestros derechos.

Es complejo, pero la directora lo transforma en algo idílico, lo llena de arte, con escenas que emulan a obras del impresionismo de Monet, insertando piezas musicales de Vivaldi con Las cuatro estaciones;  me refiero a que su realización es impecable, casi perfecta. Esto hace de: Retrato de una mujer en llamas un obra maestra casi inmediata, por su narrativa y elegancia en el relato, por su forma y fondo, pero también por la libertad que expresa y saca por su propia piel a través de sus dos protagonistas y personaje secundario, que como una sombra, no deja de ser importante, por lo que vive, por lo que decide y cómo lo afronta.

Su final es uno de los más hermosos que he visto en el cine, es poético, es perfecto.

Luis Toriz

Por Luis Toriz
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