Pasa en el cine que dentro de la tarea de plasmar ideas, diálogos y pensamientos a la pantalla la esencia de un director se puede perder entre varios elementos, uno de ellos es los intereses de las grandes productoras por forzar a un realizador hacer de su historia y estilo algo consumible para las masas, digerible para alcanzar a un gran público, en pocas palabras: un cine más comercial y que deje dinero.
Terrence Malick siempre se ha alejado de esas influencias, sin importarle cuanto tiempo le cueste completar su visión, su idea, su película. Tanto es así que en gran parte de su carrera entre proyecto y proyecto pasaban diez años o más para volver a saber algo de él. Fue a partir de su premiada El árbol de la vida que Malick comenzó a filmar con mayor regularidad, con un intervalo de dos o tres años entre películas. El director rara vez concede una entrevista, muy pocas veces es visto en público e incluso sus actores, todos los que han trabajado con él, indican que es muy reservado, introspectivo y meticuloso con la forma de filmar, pero no así con el guion, Terrence es conocido por dar una libertad de improvisación a sus elementos actorales y ser muy relajado en el set. El discurso de Terrence Malick siempre es potente, audaz en su lectura y desafiante hacia el espectador que no lo conoce, aún así es amable con la imagen y siempre restaurador en sus historias.
Una vida oculta es probablemente la más grandilocuente y honesta de todas sus historias. Basada en un hecho real cuenta la historia de Franz, un hombre de familia austriaco que vive con su esposa e hijas en la montaña, a quienes lo abrasivo de la guerra los alcanza y es reclutado para y a pelear al frente. Franz no está de acuerdo con los ideales que permean su presente y lo que antes era una vida tranquila con sus vecinos de aldea, se convirtió en una lucha por defender sus convicciones dentro de una realidad donde ya no se reconoce a lo malo e inhumano y al contrario, se naturaliza.

No sé si alguien puede decir que vio todas las películas de Terrence Malick, lo que sí puede ser un hecho es que nunca nadie sale indiferente a su filosofía, a lo potente de sus imágenes, pero sobre todo a lo longevo que parece el tiempo mientras lo ves en la pantalla grande. Aunque aquí no colabora de nuevo con El Chivo Lubezky, su director de fotografía, se nota un poco el cambio al lente de Jörg Widmer pero no marca mucha diferencia, aunque Lubezky es mucho más preciosista e impresionista que Widmer, el alemán no se anda con rodeos tampoco y entendió a la perfección la visión de Terrence para esta historia. No deja de lado los ángulos, los open wides y los planos expresivos para poder dejar que las imágenes hablen por sí solas.
Párrafos arriba indiqué sobre la filosofía dentro de sus películas, pero también sobre su discurso e impronta religiosa y mística de las cuales viste a sus historias. Regularmente hay una disyuntiva moral como en Song to song o una problemática familiar de alcances espirituales e introspectivos como El árbol de la vida. Aunque no es fácil de ver su filmografía, ya que logras terminar una de ellas, la sensación de haber visto algo visual y filosóficamente profundo te invade porque habita un cuestionamiento netamente humano y espiritual dentro de su diálogo, lo que resulta en una experiencia diferente, muchos dirían: abrumadora y sí que lo es. Las imágenes y discursos son imponentes y no te dejan desviar tu mirada de la pantalla.
También su narrativa y montaje es diferente a otros directores, aunque su filmografía en sus inicios se anclaba más en los estilos aceptados dentro de una industria hollywoodense, a partir de La delgada línea roja, de ver una voz en off que toma un papel preponderante, tanto que se vuelve el narrador de la historia y las imágenes un hilo conductor que dejan de lado los diálogos para dejar al espectador que entienda todo lo demás. Sin ser peyorativo respecto a que cine regularmente estamos acostumbrados a entrar, el discurso de Malick es mucho más inteligente y cargado de lecturas que, quien se ocupa de entenderlas, resulta una experiencia acaparante e intelectual, pero también exhaustivo y complicado.
Terrence Malick, aunque es un director texano, también es un profesor de literatura y filosofía inglesa con una ascendencia de medio oriente y, encuentro su estilo de narrar muy parecido al de Nuri Bilge Ceylan, que ganó la palma de Oro por su película Sueño de invierno en el 2014, donde también hacen disertaciones filosóficas, existencialistas y humanistas respecto a la propia levedad del ser humano, aterrizados dentro de problemáticas mucho más cotidianas, sin embargo y aunque ambos directores se mueven en culturas muy diferentes, hay un ligero vínculo filosófico entre el director norteamericano y el turco.
Una vida oculta estuvo dentro de varios festivales internacionales, pero en México fue en Morelia donde tomó una mayor relevancia y se pudo ver en un estreno ligeramente comercial. Actualmente ya la pueden rentar en plataformas digitales distintas y sin duda vale mucho la pena sentarse tres horas de su tiempo a ver una historia profunda, espiritual y con una carga emocional impactante, ¡es todo un viaje!

Por Luis Toriz
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